martes, 4 de marzo de 2014

Los beneficios de mentir

Un estudio reciente sobre los beneficios afectivos de las conductas deshonestas, publicado en el Journal of Personality and Social Psychology por Nicole E. Ruedy, Celia Moore, Francesca Gino y Maurice E. Schweitzer, ha comprobado algo preocupante: los participantes que se salían con la suya al mentir o hacer trampas tendían a sentir un entusiasmo excitante en lugar de lo que uno esperaría… remordimiento y arrepentimiento.

El experimento consistía en dar la posibilidad de copiar en un examen o de atribuirse más horas trabajadas de las reales. Los participantes que engañaron (casi un 70%) se sintieron mejor en promedio que aquellos que no. Siempre que creyeran que no habían dañado a nadie con su engaño, e incluso en contra de sus propias predicciones, la mayoría de las más de 1.000 personas de los Estados Unidos y Gran Bretaña que participaron en el estudio decían sentir lo que los autores llaman el “subidón del mentiroso” (cheater’s high) al llevar a cabo actos deshonestos y no ser descubiertos. Más sorprendente aún era el hecho de que el “subidón” se producía incluso cuando su engaño no tenía ninguna recompensa tangible.

Los autores del estudio se preguntan si la sensación agradable y placentera que algunas personas experimentan cuando mienten o hacen trampa puede ser la razón de que la gente sea deshonesta incluso cuando la recompensa es pequeña. Sería posible que ese “subidón del mentiroso” motivase a repetir conductas deshonestas. Por cierto, la traducción de cheater al español también se extendería a embaucador, estafador, timador, infiel y tramposo, entre otros sinónimos de deshonesto. En este sentido, el “subidón” al que se refieren los autores se extendería a las consecuencias emocionalmente positivas de todas esas conductas.

Tal como han demostrado varios estudios sobre la disonancia cognitiva, es muy posible mantener un autoconcepto de persona honesta a pesar de que la evidencia sea la contraria: basta minimizar subjetivamente la relevancia de los actos deshonestos. Por tanto, incluso esa aparente barrera de que sólo se experimenta el “subidón del mentiroso” cuando se cree que no se daña a nadie con la mentira es preocupantemente relativa… el autoengaño y la fragmentación del sistema de constructos personales podría llevar fácilmente a minimizar el daño hecho con la mentira, la traición o la deshonestidad con tal de proteger el autoconcepto de la invalidación. Eso es lo que George Kelly llamaba hostilidad: falsear la realidad para que encaje con nuestro sistema: “se lo he robado pero en el fondo él no lo necesitaba, así que no es un robo de verdad…”, “le soy infiel pero ya no le quiero, así que tampoco es tan grave…”, “he aprobado copiando pero mucha gente lo ha hecho, así que sería de tontos no hacerlo yo…”

Lo anterior lleva a pensar que la mentira, el engaño y la deshonestidad son mucho más frecuentes de lo que parece. De hecho, algunos estudios demuestran que los niños mienten a sus padres con mucha más frecuencia de lo que estos imaginan porque creen que así se ajustarán mejor a sus expectativas y porque les parece que decirles lo que quieren oir les hará sentir mejor que decirles la verdad. Un corolario curioso (si bien esperable) también demostrado en estos estudios es que en este contexto confrontar al niño con la mentira tiene el efecto de hacer que la próxima vez intente mentir mejor.

Una posición constructivista coherente parte de la base de que la realidad se construye para darle sentido y por lo tanto hay múltiples versiones potenciales de lo que es verdad o no. Podría creerse (de hecho en muchos casos esa ha sido precisamente la crítica ultraconservadora al constructivismo) que esa posición es una llamada al “todo vale”. Que si la verdad es cuestión de versiones personales, nada es verdad y nada es mentira.

Sin duda se trata de una lectura parcial y errónea del constructivismo. Si bien las diferentes versiones de una misma realidad son muy comprensibles en términos de las narrativas o sistemas de constructos personales, eso no quiere decir que todas ellas tengan los mismos efectos relacionales, ni las mismas intenciones. Es evidente que “mentir” a un niño para que mantenga su ilusión por un regalo sorpresa no es lo mismo que mentir a tu pareja tras haberle sido infiel. Puede que las dos narrativas sean versiones personales de la realidad, pero una está dirigida a proteger una ilusión y la otra a evitar problemas de forma egoista a base de abusar de la credulidad del otro… e incluso a seguir abusando de esa credulidad.

Parece pues que se miente sobre todo como forma de protección (subjetiva, por supuesto); para evitar la invalidación del autoconcepto, para proteger los propios intereses o recursos, para proteger determinadas relaciones de su ruptura… Ejemplos de este tipo de mentira autoprotectora serían mentir para evitar un castigo, mentir para evitar la vergüenza de reconocer la verdad, mentir para aparentar ser mejor de lo que se es ante alguien a quien se quiere agradar, mentir para conseguir un beneficio material o mentir para conseguir la admiración de personas importantes para uno.

Además, mucha parte de la vida social se basa en “mentiras” mucho más comprensibles y justificables: mentir a un amigo diciéndole que estamos bien para no preocuparle revelándole que estamos enfermos, mentir para proteger la dignidad o autoestima de otro (por ejemplo restando importancia a un defecto físico suyo) o incluso mentir para no poner en peligro la versión de una historia de alguien que nos importa.

Sin embargo, la diferencia entre este tipo de mentiras y las del estudio que comentamos es que en este caso la única justificación era la de obtener un beneficio personal mínimo, e incluso a veces ni eso. Parece que los participantes que decían sentirse bien y haber experimentado esa sensación de euforia tras haber mentido (recordemos, casi un 70%) lo hacían sobre todo porque sentían algo del estilo de “¡Qué listo soy! ¡Me he salido con la mia y no se han dado ni cuenta!”. Es la sensación de alguien que se siente excitado por hacer algo deshonesto sin ser descubierto dado que eso le hace creerse por encima de las normas establecidas y a la vez le añade el “placer culpable” de saber que hace algo prohibido.

Entonces… ¿por qué no mentir constantemente? ¿Por qué no engañar, traicionar la confianza de los demás, fingir, disimular siempre? ¿Por qué no forzar al mundo a encajar con nuestra construcción en lugar de a la inversa?

Muy sencillo, porque habiendo visto los efectos de esta forma de posicionarse en el mundo sobre nuestros clientes y en la vida cotidiana está claro que, si bien a corto plazo pueden parecer tentadores, a medio y largo plazo erosionan el tejido relacional de una forma tan irreversible que quien se construye un mundo de mentiras acaba descubriendo que nadie le cree incluso cuando dice la verdad. No hay peor soledad que esa. 

NOTA MENTAL: No confundamos la subjetividad con el cinismo.

El artículo original aquí: http://www.apa.org/pubs/journals/releases/psp-a0034231.pdf