Uno de los factores que influye en este sentido es la heurística de la disponibilidad. En la medida en que la disponibilidad de evidencias coincida con su frecuencia “objetiva” no hay problema, pero se han descrito algunos factores que afectan a esta coincidencia:
• La historia relacional y los posicionamientos selectivos pueden hacer más disponible un tipo de evidencia que otro (por ejemplo, la gente en paro atribuye al paro una frecuencia mayor de la real debido a que conocen a un número desproporcionado de parados).
• Los juicios sobre conexiones causales pueden verse influenciados por factores tales como la atribución de la causalidad (por ejemplo, un agresor atribuye el uso de la violencia a la conducta de “provocación” del agredido, mientras que un observador externo lo atribuye a la “disposición violenta” del agresor). Esta disposición se puede alterar modificando el punto de vista de la narrativa (por ejemplo, si se explica desde el punto de vista del agresor es más probable que cambie la atribución de la causalidad del observador).
• También pueden verse influenciados por la credibilidad y coherencia de explicaciones ex post facto que actúan como una forma de predicción invertida en el tiempo. (Por ejemplo, pedirle a alguien que explique el porqué del hipotético suicidio de una persona cuya historia clínica problemática se ha detallado incrementa la evaluación subjetiva de ese alguien respecto a la probabilidad de que realmente se suicidase).
Otra fuente de influencias es la heurística de la representatividad. La visión coloquial de la teoría de la probabilidad hace que la mayoría de gente considere más representativo lo que parece más probable. Por ejemplo, después de salir repetidamente “rojo” en una ruleta se considera más representativo que salga “negro”, cuando de hecho la probabilidad de ambos resultados es casi idéntica.
Determinados prejuicios y sobregeneralizaciones basados en formas de construcción social influyen en considerar más representativo de un conjunto a un elemento que a otro. Por ejemplo, muchos universitarios americanos consideran que si un profesor universitario es bajito, tímido y le gusta escribir poesía es más probable que su especialidad sea Filología China que Psicología. El problema de este tipo de evaluaciones es que quien las hace está considerando la probabilidad condicional equivocada. Es decir, está respondiendo a la pregunta “¿cómo es de probable que un psicólogo (vs. un orientalista) responda a este perfil?” cuando la pregunta real es “¿cómo es de probable que alguien con este perfil sea psicólogo (vs. orientalista)?”. La heurística de la representatividad nos lleva a dar la misma respuesta a las dos preguntas, cuando de hecho son muy diferentes dado que en la primera las evidencias desfavorables son mucho menos relevantes que en la segunda. Es decir, incluso en el caso de que haya más orientalistas que psicólogos que encajen con este perfil, el número de psicólogos es mucho mayor que el de orientalistas (desproporción irrelevante para la primera pregunta pero desfavorable para la segunda).
La preferencia general por explicaciones lineales simples en lugar de no-lineales caóticas hace que en ocasiones se busque la causa de un efecto en la condición previa más similar al propio efecto. Por ejemplo, si una pareja se separa después de que él (a) sea ascendido en el trabajo, (b) mejore su situación económica, (c) haga un viaje al extranjero y (d) conozca a una atractiva compañera de viaje, la mayoría de gente se inclinaría por cifrar la separación sobre todo en (d), sin tener en cuenta que no son factores independientes y que el “efecto” podría ser producto de todo lo anterior combinado y más cosas aun.
La adecuación o inadecuación del enorme número de “teorías”, esquemas y scripts personales y sociales que empleamos en la vida cotidiana también influyen en la consideración de la representatividad de un acontecimiento. Por ejemplo, la mayoría de personas prefiere teorías “disposicionales” o de rasgos a teorías situacionales para explicar la conducta humana, cuando de hecho hay la misma evidencia favorable de unas que de las otras.
Los críticos de la obra de Kahneman han destacado como sus trabajos son equiparables a los de Darwin desde la perspectiva de que contribuyen a desmitificar la presunta racionalidad intrínseca del razonamiento humano (igual que los de Darwin desmitificaban nuestra posición privilegiada en el orden de la vida). Nuestro razonamiento está inevitablemente entretejido con nuestros valores, educación, ideología, lenguaje, cultura y preferencias. Así, de los estudios de Kahneman y su grupo se deducen cosas tan sorprendentes por "ilógicas" (pero evidentes en la vida social) como que debido al sesgo natural que nos hace aferrarnos a no invalidar las primeras impresiones, para compensar el efecto de un comentario crítico descalificador hacen falta un mínimo de cinco halagadores. La proporción es mucho mayor en el caso de personas etiquetadas como delincuentes: para que cambie nuestra opinión sobre la criminalidad intrínseca de un homicida hace falta que este lleve a cabo al menos 25 actos de heroísmo altruista en los que salva vidas.
Lo realmente curioso de todo esto, y es en ese aspecto en uno de los que se centra la última obra de Kahneman, es que saberlo no afecta a experimentarlo ni menos aun a actuar en consecuencia. Hay infinidad de ejemplos más o menos anecdóticos, desde el propio Kahneman, que reconoce que todo lo que ha aprendido durante toda su vida con su investigación no le ha llevado a poder evitar sus propios "sesgos cognitivos" al de Harry Markowitz (otro Nobel de economía). Markowitz incluyó las conclusiones de Kahneman en su propia teoría de la inversión, dando lugar a un cálculo de riesgos en las operaciones financieras que corregía los sesgos cognitivos (especialmente el de aversión a la pérdida). Sin embargo él mismo reconoció que fue incapaz de aplicar su propia teoría y cálculos a la planificación de su fondo de jubilación: anticipar el resentimiento que experimentaría si se equivocaba al calcular el riesgo de una determinada operación bursátil le llevó a repartir desigualmente dicho riesgo… y acabó por perder una cantidad considerable de la inversión inicial (ejemplo perfecto del sesgo de aversión a la pérdida, por cierto).
En pocas palabras, en la inmensa mayoría de los casos no podemos razonar como Mr. Spock, o como Sheldon Cooper, o como un robot… Es curioso que muchas de las situaciones analizadas en estos estudios sean de incertidumbre en cuanto a la decisión pero aplicadas a sistemas básicamente analizables desde la lógica aristotélica bivariada (por ejemplo, sistemas probabilísticos o matematizables). Y hablando de robots, las consecuencias extremas de la aplicación de una lógica sin sesgos en un contexto no bivariado sino borroso se ven por ejemplo en "Yo Robot" de Asimov. El protagonista de la novela no perdona a los robots que uno de ellos decidiese salvarle a él en lugar de a una niña pequeña en una situación de vida o muerte como producto de la aplicación estricta de la lógica del cálculo de quién tenía más probabilidades de sobrevivir. "Cualquier ser humano hubiese sabido que tenía que salvar a la niña", dice. Algo en nosotros nos dice que tiene razón aunque sea ilógico… quizá hemos interiorizado la norma social de "las mujeres y los niños primero".
Todo esto plantea un interesante dilema: podría ser que los "sesgos" en la lógica de nuestro razonamiento tengan una justificación en la esencia de nuestra propia especie. De hecho algunos neurobiólogos defienden ideas parecidas cuando plantean que, por ejemplo, el estrés es una consecuencia indeseable de un sesgo biológicamente comprensible: nuestra tendencia a sobrevalorar el riesgo y a protegernos para sobrevivir ("en caso de duda, mejor pecar de prudentes"). Igual se podría afirmar de una fobia: el hecho de que se condicione de forma tan extrema en una sola exposición quizá es una consecuencia indeseable del mismo sesgo biológicamente justificable a sobrevalorar nuestra supervivencia ("no sé si todos los perros del mundo me morderán, pero si me ha mordido este es mejor que les tema a todos por si acaso"). Igualmente en el caso del enorme dolor emocional que comporta un duelo: podría ser una consecuencia indeseable de nuestra tendencia innata a establecer relaciones de apego y de vínculo que duren toda la vida (también muy comprensible biológicamente). En fin, es como si la naturaleza nos hubiese diseñado para protegernos aunque sea exageradamente (haciéndonos un favor) pero eso comportase inconvenientes colaterales.
Si fuese así, razonar sin sesgos sería como no ser humano… Por eso quizá Mr. Spock (a pesar de su origen mixto vulcano-humano) suena muy vulcaniano cuando razona con una lógica tan flemática. Implicaría por ejemplo un serio límite a decisiones aparentemente absurdas, intuitivas, injustificables… pero que finalmente revolucionan el contexto en que se toman. Steve Jobs citaba a Henry Ford cuando este decía, a raíz de la invención del automóvil y como crítica a los estudios de mercado, que "si hubiese escuchado lo que querían mis clientes hubiese fabricado un caballo más rápido". Eso hubiese sido lo lógico. Pero en ese caso, como en el del propio Steve Jobs, la aplicación de la lógica sin sesgos nos hubiese privado de productos que han revolucionado nuestras vidas cotidianas y que les han valido a sus desarrolladores el estatus de genios visionarios.
Seguro que todos los terapeutas hemos experimentado en nuestros pacientes la dolorosa limitación de la autoconciencia: conocer y predecir sus "sesgos automáticos" en referencia a sus construcciones personales, patrones cognitivos, narrativas de identidad, posicionamientos relacionales e incluso patrones de conducta no les lleva inmediatamente a poderlos evitar. Un depresivo, por ejemplo, puede ser consciente de cómo sistemáticamente se centra en los aspectos negativos de la experiencia y descalifica los positivos y aun así reconocer que no puede evitar hacerlo. Es este tipo de evidencias lo que lleva a algunos comentaristas de la obra de Kahneman a concluir que "conocerse a uno mismo" no es suficiente… ¡ni de lejos!